lunes, 4 de febrero de 2013

El lobo, el bosque y el hombre nuevo



Los maricones todo lo consiguen primero

David, uno de los dos protagonistas de El lobo, el bosque y el hombre nuevo (Era, 1991), relato del narrador cubano Senel Paz, lo firma en “La Habana, 1990”. Esto no es gratuito. Diego, el otro personaje, poco antes de irse de la isla caribeña, le confesó a su amigo tener 30 años, edad, que sino es la suya, con probabilidad anda por ahí, puesto que fueron coterráneos cuando éste cursó el preuniversitario. 

Senel Paz
El establishment de la Revolución Cubana, que en la narración de David es bosquejado como dependiente de la URSS (Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas), es puesto en tela de juicio en consabidos e históricos puntos neurálgicos, como son lo estrecho y obsoleto de los dogmas ideológicos y políticos, el inveterado autoritarismo de Fidel Castro, la falta de libertades individuales y sociales, la escasez de bienes de consumo, la intolerancia hacia los gays, la censura en la educación y difusión de la cultura, y la vigilancia y el espionaje policíaco ejercido por el Estado entre ciudadanos y extranjeros.
(Ediciones Era, 1ra. reimpresión, México, 1993)
      David entra a Coppelia, la Catedral del Helado, y evoca a su amiguete Diego, quien tiempo atrás, saboreando un insinuante helado de fresa, allí lo abordó para ligárselo, tentándolo, entre otros malabarismos, con el chantaje de prestarle La guerra del fin del mundo, libro prohibido por el régimen, difícil de conseguir, que, según le presume, Goytisolo le envió de España. 
Senel Paz, a través de la evocación de David, su alter ego, traza la semblanza y el carácter de dos estereotipos de homosexuales: uno que se va de Cuba y el otro que se queda. En este sentido, la remembranza, con ambas voces, reproduce acentos de la típica verborrea de un marica, en la que no falta su dosis de sentimentalismo, humor, engaños, contradicciones y automitificación.
     Diego es un gay culto y liberal, el arquetipo que admira y aspira David, un homosexual reprimido, oculto en su rol de miliciano con carné de la juventud comunista. Diego resume su identidad con una declaración de principios, la cual, sintéticamente, reza: “soy maricón”, “soy religioso”, “he tenido problemas con el sistema”, “soy patriota y lezamiano”, “estuve preso cuando lo de la UMAP”, “los vecinos me vigilan, se fijan en todo el que me visita”. Y pese a que insiste y asegura que no se va de Cuba “aunque le peguen candela por el culo”, en realidad con su descaro, provocación, exhibicionismo y contactos que cultiva con personas del exterior, está diciendo que su partida es inminente y parte del juego.
      A imagen y semejanza de un docto parlanchín, Diego clasifica a varios tipos de gays: homosexuales, maricones, locas y de carroza. Los maricones, dice en una de sus variadas explicaciones, son los que ante la simple insinuación de un falo pierden la compostura; mientras que en los homosexuales “la balanza se inclina al deber social”, anteponen “el Deber al Sexo”, les gusta pero pueden controlarse. Así, Diego, según le convenga, se comporta como homosexual, maricón o loca. 
Y en contra de la retórica del Estado, que pugna por un hombre nuevo hecho y derecho en el socialismo, Diego ha pergeñado su propia retórica, su propio concepto de hombre nuevo que, no faltaba más, encarna él: “Por nuestra inteligencia y el fruto de nuestro esfuerzo nos corresponde un espacio que siempre se nos niega. Los marxistas y los cristianos, óyelo bien, no dejarán de caminar con una piedra en el zapato hasta que reconozcan nuestro lugar y nos acepten como aliados, pues con más frecuencia de la que se admite, solemos compartir con ellos una misma sensibilidad frente al hecho social.”
José Lezama Lima y Virgilio Piñera
      A imagen y semejanza del patriota que Diego pregona ser, presume que su “sacerdocio es la Cultura nacional”, por lo que ha realizado valiosísimas investigaciones, además de que se ha hecho de distintos objetos y colecciones de esa índole, entre lo cual destaca lo vinculado a José Lezama Lima: posee siete textos inéditos de éste, “una colección completa de Orígenes, como no la tiene ni el propio Rodríguez Feo”, dice, más “la obra del Maestro, poesía y prosa”. Según él, se mueve como pez en el agua entre la crema y nata de la intelligentsia cubana; es amiguísimo de Alicia Alonso y puede entrar, como Pedro en su casa, en la casa de la Dulce María Loynaz; consigue boletos para el ballet y el teatro, así se trate de funciones inaccesibles, con la misma facilidad con que se hace de libros proscritos, como Tres tristes tigres (“los maricones todo lo consiguen primero”, pregona), y de los ingredientes para sus almuerzos lezamianos: langostas, camarones, espárragos de Lübeck, uvas, vinos y demás cosas que sólo se obtienen en las tiendas para los diplomáticos. 
      David, en cambio, escondido y maquillado en su filiación roja, es un modelo de homosexual oriundo de un pueblo de la provincia cubana (donde “los afeminados no tienen defensa, son el hazmerreír de todos y evitan exhibirse en público”), “un guajirito de mierda que la Revolución sacó del fango y trajo a estudiar a La Habana”. La vez que Diego trató de ligárselo lamiendo su helado de fresa, lo que finalmente lo excitó no fue esto ni la promesa de leer La guerra del fin del mundo, sino la siguiente jocosa mariconería: “Yo, si vas conmigo a casa y me dejas abrirte la porteñuela botón por botón, te la presto, Torvaldo”. 
Sin embargo, al salir asombrosamente intacto de la cueva de Diego, el lobo, y mientras camina en medio del bosque como un Caperucito rojo común y corriente, hace un examen de conciencia con que somete y reprime al homosexual que lleva dentro y se dirige a sus superiores, los representantes del hombre nuevo, dizque castristas hasta las cachas, y lo delata: Diego es puto, religioso y contrarrevolucionario con contactos extranjeros. Ismael, uno de los superiores, con “ojos que da pánico soñar” (diría en su momento José Joaquín Blanco), lo nombra agente secreto, su misión: averiguar en qué embajada tiene vínculos y apuntar y chivatear lo que pregunte sobre militares y dirigentes. 
José Lezama Lima
Pero resulta que entre los ires y venires a la guarida de Diego, éste lo seduce, lo convierte en su discípulo amado, le enseña lo que debe leer, entre ello la obra de José Lezama Lima, ante quien, bajo la guía de Diego, ambos se imaginan paseando frente a su casa: “en ese momento [José Lezama Lima] espía por las persianas. Oye su respiración entre cortada, huele el humo de su tabaco. Dirá: ‘Mira esa loca y su garzón, cómo se esfuerza ella en hacerlo su pupilo, en vez de deslizarle un buen billete de diez pesos en la chaqueta’.” Y para celebrar el rito iniciático que ya lo cuenta entre “la cofradía de los adoradores del Maestro”, le prepara un almuerzo lezamiano con el barroquismo debido y que, según Diego, está sacado del capítulo séptimo de Paradiso.
      Pero ya ese tiempo quedó atrás. David no sólo enmendó su delación ante Ismael, sino que además, dados los ojos que da pánico soñar de éste, David se hizo su fraterno amigo e incluso, dice, ya lo agasajó con un almuerzo lezamiano. Ahora, como al principio del relato, que también es el término, puesto que se trata de una evocación circular, David está en Coppelia, la Catedral del Helado; y como si se tratara una estereotipada madeleine y su infalible cucharadita de té, paladea un helado de fresa y evoca aquel tiempo no tan perdido. 

Fotograma de Fresa y chocolate (1993)
A modo de corolario, cabe recordar que tal relato de Senel Paz (Fomento, 1950), con el que en 1990 obtuvo el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo de Radio Francia Internacional, cuenta con una no tan paradójica adaptación fílmica cuyo guión se debe a él (quien en Cuba ha impartido tal cátedra en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños): Fresa y chocolate (1993), churro infumable (que se consigue en DVD) dirigido por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, que en sus quince minutos de alharaquienta fama fue festejado de pie y con un empalagoso y envolvente aplauso por el respetable público que la vio durante la IX Muestra de Cine Mexicano de Guadalajara.


Senel Paz, El lobo, el bosque y el hombre nuevo. Ediciones Era. 1ª reimpresión. México, 1993. 64 pp.


Enlace a la película Fresa y chocolate (1993): http://www.youtube.com/watch?v=NinKUbwQvR4



No hay comentarios:

Publicar un comentario