sábado, 21 de mayo de 2016

La neblina del ayer



Ella también cantaba boleros

Premio Hammett 2006
(Tusquets, México, 2005)
Con La neblina del ayer (Tusquets, 2005), el cubano de Leonardo Padura Fuentes obtuvo, en 2006, el sonoro Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett, otorgado por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos durante la anual Semana Negra de Gijón (en el Principado de Asturias, España) a la mejor novela policíaca escrita en español. En La neblina del ayer es el verano de 2003, en La Habana, y Mario Conde, de 48 años, quien fue policía investigador entre 1979 y 1990, ya lleva trece años en el escuálido y magro negocio de la compra-venta de libros de viejo. 
En su papel de rastreador ambulante por las calles habaneras, imprevistamente se halla ante una “casona umbría de El Vedado”, en cuyo interior, con elocuentes rasgos de escasez de mobiliario y deterioro físico, se oculta y custodia, desde hace 43 años y en excelentes condiciones, una extraordinaria y onírica biblioteca, el regio acervo de tres generaciones de Montes de Oca (desde las guerras de Independencia), donde el Conde hojea y describe, con deleite y placer, auténticas joyas de la historiografía y bibliografía cubana y del globo terráqueo.
Una vez iniciados los primeros trámites que el ex policía y su socio Yoyi el Palomo acuerdan con los fantasmales custodios de la biblioteca: los hermanos Ferrero, Dionisio y Amalia (sesentones, empobrecidos y hambrientos), el Conde descubre, entre las páginas de un recetario imposible impreso en 1956, el recorte de un ejemplar de Vanidades fechado en mayo de 1960, donde una hermosísima cantante de boleros: Violeta del Río, anuncia su inminente retiro y su última presentación en el “segundo show del cabaret Parisién” (donde otrora Frank Sinatra cantara ante la mafia), pese a que en su breve y vertiginosa carrera apenas había grabado el “single promocional Vete de mí, como adelanto de su long play Havana Fever”, que nunca se hizo.
Tal icónico hallazgo, seductor para el Conde, y el hecho de que al parecer nadie sabe ni recuerda nada de tal bolerista, suscita las primeras interrogantes y pesquisas detectivescas del ex policía, las cuales se agudizan cuando los hermanos Ferrero les dicen, a él y al Yoyi, que un inesperado negro, alto, cojo, y con acento y verborrea de predicador adventista acaba de revisar los libros (como si alguien recién le hubiera delatado su oculta existencia), y más aún: cuando Dionisio aparece misteriosamente asesinado en la puerta de la biblioteca.
Leonardo Padura
El cubano Leonardo Padura (La Habana, octubre 9 de 1955) tiene en su haber artículos periodísticos, ensayos, cuentos, novelas y guiones de cine. En sus obras policiales —el cuarteto de novelas “Las Cuatro Estaciones” y las novelas Adiós, Hemingway (Tusquets, 2006), La cola de la serpiente (Tusquets, 2011) y Herejes (Tusquets, 2013)— descuella Mario Conde, su recurrente protagonista y alter ego, quien en La neblina del ayer exacerba su bibliofilia, sus hábitos de lectura y su latente, idílico y reprimido sueño de algún día convertirse en escritor: “tener una pequeña casa de madera, a la orilla de una playa, donde dedicaría las mañanas de su imaginación a escribir alguna de las novelas que todavía planeaba, las tardes a pescar y deambular por la arena, y las noches a disfrutar de la compañía y el calor húmedo de una mujer, olorosa a algas, brisa marina y flores de efluvios nocturnos”.
Escrita en Mantilla, Cuba, entre el “verano de 2003” y el “otoño de 2004”, y dedicada a su mujer Lucía López Coll, el título de la novela proviene de un fragmento del bolero “Vete de mí”, de Virgilio y Homero Expósito, colocado por Leonardo Padura como epígrafe de la primera parte: 
                                                  Seré en tu vida lo mejor
                                                  de la neblina del ayer
                                                  cuando me llegues a olvidar, 
                                                  como es mejor el verso aquel
                                                  que no podemos recordar. 
Es decir, puesto que el acetato de 45 revoluciones de Violeta del Río sólo tiene un par de canciones: una en cada lado, La neblina del ayer se divide en dos partes, referidas como si fueran los dos lados del disco: “Cara A: Vete de mí” y “Cara B: Me recordarás”, canción de Frank Domínguez. Y entre el conjunto de capítulos que conforman cada parte, aparecen entreveradas una serie de sentimentales, evocativas y dramáticas cartas en cursiva firmadas por una tal “Tu nena”, cuya identidad y destinatario se descubren mucho antes del final de la obra, pero cuya repartición cronológica a lo largo de las páginas forma parte del suspense (o de los suspenses) y de la urdimbre de preguntas y giros sorpresivos que el desglose de la obra implica alrededor de las dos susodichas desapariciones que tienen que ver con algo que se esconde en la biblioteca, intuye (“debajo de la tetilla izquierda”) y luego deduce el Conde: Violeta del Río en 1960 y Dionisio Ferrero en 2003.
Ahora que si los sucesos del presente ocurren durante un poco más de diez días del verano de 2003 en La Habana y en ellos se advierte una minuciosa mirada crítica, melancólica, dramática y desencantada de la vida cotidiana en ciertos míseros, violentos, desvencijados y astrosos recodos de la capital cubana, su intromisión y exploración cultural e histórica en la ínsula deambula por los años 50 (e incluso décadas antes) y atraviesa el entusiasmo y el frenesí ideológico y nacionalizador desencadenado con el triunfo de la Revolución en enero de 1959, y cómo esto, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en un pantano no pocas veces pútrido y atacado por la paulatina, hedionda y supurante esclerosis múltiple. 
Sin embargo, la chispa, el humor, la lúdica espontaneidad, la ternura, el afecto, la inventiva y el jolgorio habanero esta allí, vivito, palpitando, sobre todo en lo que concierne al habla y a las vivencias de Mario Conde y su círculo de fraternos y entrañables amigos: Tamara (su amorosa cómplice), el perro Basura, y sus compinches: el Flaco Carlos (incluida su madre y sus virtudes culinarias de Maga del Caldero), quien ya no es flaco y sobrevive encadenado a la silla de ruedas ganada gracias a la estúpida y mercenaria guerra en Angola; el cristiano Candito el Rojo; el Conejo y su revulsiva visión histórica; y el Yoyi, veinte años menor que el Conde, con habilidad para los negocios emergentes e informales y quien ve a aquéllos (coterráneos del ex poli), no sin razón y con juguetona ironía, como homúnculos de otro planeta. 
Leonardo Padura sostiene la abrasiva amenidad en cada página. Y de la trama de La neblina del ayer (con múltiples menudencias, anécdotas y digresiones) un lector podría entresacar y antologar el conjunto de historias relativas a otros personajes que aparecen durante las reminiscencias del Conde o durante las indagaciones de éste (a veces acompañado por el Yoyi y su rutilante Chevrolet Bel Air 1956). 
Por ejemplo, lo que concierne al contrabandista y tratante de libros Pancho Carmona; a Rogelito, ex timbalero nonagenario; al ex periodista Silvano Quintero, quien siguió y publicitó la fugaz carrera de Violeta del Río; a Katy Barqué, megalómana ex cantante de boleros y rival de ésta; a Flor de Loto, bailarina y desnudista del Shangai y amiga de Violeta; a Cristóbal el Cojo, ex bibliotecario y otrora mentor del adolescente Mario Conde en el Pre de La Víbora; a Nemesia Moré, madre de los hermanos Ferrero; a Rafael Giró, bibliófilo, melómano, crítico de música y coleccionista de acetatos, quien le cambia al Conde su viejo disco de Violeta del Río por un ejemplar de la primera edición de Historia universal de la infamia que ostenta una dedicatoria de Borges a Victoria Ocampo, libro hallado y extraído de la biblioteca de los Montes de Oca.


Leonardo Padura, La neblina del ayer. Colección Andanzas (577), Tusquets Editores. México, 2005. 360 pp.



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"Vete de mí", Olga Guillot (voz) y la Orquesta Humberto Suárez

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